Queridos hermanos en CRISTO:

Muchas veces, desde mi interior, me pregunto por qué debemos los cristianos formarnos, qué necesidad tengo, si voy a misa y cumplo con mis obligaciones….Así que, con estas inquietudes y en esos momentos de recogimiento, intento encontrar respuestas. Como no soy ninguna teóloga ni he estudiado ninguna carrera, busco las respuestas de distintas maneras, como consultando al sacerdote, a alguna persona que está preparada, algún teólogo, o incluso internet, con cuidado de qué páginas o web, y así he llegado a esta conclusión.

Los cristianos de este siglo debemos seguir los pasos de los Apóstoles y aquellos primeros cristianos.

“Formarse como cristiano” significa, hoy como entonces, conocer la “teoría” (las enseñanzas de Jesús, el Magisterio de la Iglesia, los escritos de los santos, etc.) y, con ayuda de la gracia de Dios, esforzarse por convertir esas enseñanzas del Evangelio en hechos de la propia vida.

Por esa razón, no es lo mismo “formarse” que “informarse”; ni “conocer el cristianismo” equivale a “ser cristiano”. Porque se puede ser un “experto en cristianismo” sin ser auténticamente cristiano.
Cristo es nuestro modelo. El cristiano debe tratar a todos, amigos o no, como los trató Cristo, con la caridad de Cristo, sin hacer “clasificaciones” o “etiquetaciones” interiores, que no son cristianas. Cada una de las personas que nos rodean son personas por las que ha muerto Cristo en la Cruz.

¿Cómo podemos asemejarnos a Cristo con nuestro carácter y temperamento?

Mediante la petición de gracias y el esfuerzo cotidiano en la oración y la Eucaristía; mediante el testimonio y compromiso cristiano. Dios quiere que seamos felices en esta tierra y felices eternamente en el Cielo; pero somos nosotros los que elegimos libremente el Camino de la Felicidad que es Cristo: “Yo soy el Camino”.

El cristiano debe ir apartando de su vida, de su carácter y modo de ser, todo lo que le aparte de Cristo, dejando actuar a la gracia de Dios en su alma, que es Camino, Verdad, Vida, Amor Supremo y sin medida.
Podría decirse que el temperamento es como la caja de la guitarra y el carácter como las cuerdas de la guitarra, que se van templando con el ejercicio de las virtudes.
Para poder hacer lo anteriormente expuesto debemos saber qué es temperamento y qué es carácter.

¿Qué es el temperamento?

Es la parte heredada de nuestra personalidad, la constitución particular de cada individuo, fruto de sus características fisiológicas y orgánicas.

Se le suele llamar “modo de ser”: “es una persona de temperamento apasionado” -se suele decir- o “es de temperamento tranquilo”. El temperamento es un punto de partida y ofrece un posible desarrollo positivo y otro negativo. Mediante el ejercicio de las virtudes, el temperamento se va templando como las cuerdas de la guitarra. Una cuerda excesivamente tensada se acaba rompiendo y una cuerda sin tensar no sirve para nada.
Del mismo modo, dependiendo de cómo cultive las virtudes, una persona de temperamento apasionado puede acabar siendo un santo ferviente o un fanático alocado.

Y una persona de temperamento tranquilo puede acabar siendo un hombre sereno o un indolente apático.

¿Qué es el carácter?

Es la parte no heredada, voluntaria, de nuestra personalidad; el conjunto de cualidades y rasgos psíquicos, afectivos y morales, que se conjugan con los heredados y adquiridos, y acaban conformando el modo de ser y de comportarse de cada persona.

Así que, según mis preguntas e inquietudes, los cristianos debemos mirar hacia nuestro interior, hacia las virtudes que se adquieren mediante el esfuerzo personal, realizando actos buenos con libertad y constancia. Esas son las virtudes humanas, naturales o adquiridas: unas perfeccionan especialmente a la inteligencia en el conocimiento de la verdad (intelectuales); y otras, a la voluntad y a los afectos en el amor del bien (morales).

Las virtudes que Dios concede gratuitamente al hombre para que pueda obrar de modo sobrenatural, como hijo de Dios, son las virtudes sobrenaturales o infusas. Solo a estas puede aplicarse enteramente la definición agustiniana de virtud: «Una buena cualidad del alma, por la que el hombre vive rectamente, que nadie usa mal, y que Dios obra en nosotros sin nosotros». Entre ellas ocupan un lugar central las teologales –fe, esperanza y caridad-, que adaptan las facultades de la persona a la participación de la naturaleza divina, y así la capacitan para unirse a Dios en su vida íntima.

Con la gracia se reciben también los dones del Espíritu Santo, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir las iluminaciones e impulsos del Espíritu Santo. A algunas personas Dios les otorga ciertas gracias, los carismas, ordenadas directa o indirectamente a la utilidad común.

Y por último, el cristiano debe formarse para poder evangelizar.

En toda planificación de nuestra vida no podemos olvidar que Cristo es la buena nueva. Es la Palabra. Así que, estemos donde estemos, si estamos preparados, podemos evangelizar.
Evangelizar es simplemente permitir que lo vean y lo escuchen, pues sabemos que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre... Por tanto, queridos hermanos y hermanas, os exhorto a dar espacio a Cristo en toda vuestra planificación. En la prensa, en la radio y en la televisión, en el mundo del cine y en internet, tratad de abrir puertas a Aquel que tan misericordiosamente es la puerta de salvación para nosotros. Entonces, los medios de comunicación serán un mundo de auténtica comunicación, no un mundo ficticio, sino de verdad y alegría.

N. H.: María Dolores Rodríguez García
Diputada de Formación y Apostolado

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